EL PIANISTA
Gustavo se sentó al borde de la
cama, hoy parece que no tocaba marearse. Miró con desgana la fotografía en la
que una pareja sonreía disfrazada de felicidad y no se reconoció en ella. Al
sujetar el marco vio unas manos finas, dedos largos, en la palma no había
callos...”parecen de mujer”. Soñó entonces un piano para ellas, él, que no
había tenido más que cemento entre sus manos.
Al ir al baño tropezó con un
escalón que el día anterior no estaba .Decidió mirarse entonces en el espejo y
en él había un joven elegante, de piel blanca y ojos llenos de vida que le
recordaban al joven pianista que había visto en un cartel el día anterior,
cuando volvía a casa.”Qué sueño más curioso estoy teniendo. Bueno, ya
despertaré, seguro que hay un piano de
cola en el salón”. Cuando llegó y lo vio, se rió, esta vez a carcajadas. “Y
sabré tocarlo…” Se sentó y, sorprendido, vio cómo sus manos volaban sobre el
teclado y la magia de una canción surgía de ellas.
El estómago le recordó entonces
que no había desayunado y se vio tomando un té y una tostada integral, sin
añorar los donuts y el café con leche de todos los días.
Dejándose llevar se vistió el traje
negro que había en el galán, con un poco
de miedo al ver tan estrecha la camisa, pero le sentaba como un guante. Parecía
hecha a medida.
Sus pasos le llevaron al teatro, suponía que
a ensayar, Había decidido dejarse llevar por ese sueño.
Cuando llegó al escenario, una
algarabía de voces le recibió. Toda la gente en escena comentaba que le estaba
ocurriendo algo muy raro: ninguno se había acercado nunca a un instrumento
musical y se veían allí a punto de ofrecer un concierto.
El único que permanecía ajeno a
la excitación era el director de orquesta, girando la batuta cual varita
mágica, esa que elegía en cada ciudad a los transeúntes que miraban con anhelo
el cartel del estreno y los convertía en los miembros de una orquesta, que cada
noche y en cada ciudad era distinta.
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