domingo, 31 de agosto de 2014

EL BARBERO

       
            Ya no se reconocía a si mismo desde que tuvo que cambiar de barbero. Su amigo Antonio cerró el negocio en el que a veces se había sentido necio y otras un iluminado, dependiendo de los monosílabos que su interlocutor intercalara en la conversacion, que derivaba a veces en un monólogo hasta que abonaba la cuenta. Dejaba su alma sentada en aquel asiento cómodo y viejo y cuando traspasaba el dintel de la puerta despidiéndose hasta la semana siguiente, según el gesto de ese rostro amable de edad incierta adivinaba si ésta vez su conversación le había parecido interesante o soporífera. Esos milímetros en que se movía la comisura de los labios ascendiendo hasta los ojos o prolóngandose paralelos al suelo adoquinado, eran la clave para conocer lo que pensaba Antonio de él tras la charla.
         Llevaba ya semanas probando sillones, a veces cómodos y también viejos, pero el torrente de palabras de los otros peluqueros,en vez de los monosílabos, le estaban convirtiendo en cada vez más necio y convenciéndole de no detener el crecimiento incontrolado de su barba.




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