miércoles, 17 de diciembre de 2014

MAÑANAS DE DOMINGO

    


      Las bicicletas dormían la siesta apoyadas en el viejo pozo.La de abuelo, de hierro, pesada, que aún él levantaba sin problema para colocarla en la baca del coche. La del padre, ligera y cara pero siempre demasiado limpia. Y la de Pablo, el niño, con pegatinas de sus dibujos animados preferidos hasta en el sillín.
     Esperaban una excursión que se repetía todos los fines de semana desde que le quitaron las ruedas de apoyo a Pablo, que a sus cinco años disfrutaba de ese paseo con su abuelo y su padre, vestidos los tres con los maillots que les habían traído los Reyes. Así, domingo tras domingo, el padre dejaba de ser un sonido al otro lado del teléfono y chocaba la mano con él montado ya en la bici que guardaba entonces el equilibrio a duras penas mientras seguía la rueda del abuelo que se rezagaba esperándole fingiendo estar cansado.





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