Parecía no reconocerme. Me miraba extrañado todas las mañanas cuando se enfrentaba a mi cara de sueño. Cada vez le veía más desmejorado, aparecía ante mi arrastrando los pies, ojeroso, desaliñado, pálido como si tomase baños de luna y serio como si hubiese perdido todas las risas pasadas y futuras.
Parecía no reconocerme, el espejo del ascensor me devolvía la vida sin ella, mi yo se lo había llevado Ana cuando subió la escalera por última vez, a buscar su maleta llena de mis sueños.
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